miércoles, 1 de septiembre de 2010

La cala del ladrido del mar




Me pasé tres días jugando al solitario. Esperaba y esperaba y las olas parecían no amainar. Hasta que al séptimo día, mientras otros descansaban, apareció ella.

Antes, entre sombras, había estado calculando nuestro encuentro, pero las matemáticas no servían para esto. Tampoco la literatura.
Compuse muchos poemas en la cabeza recitándolos día y noche, retorciéndolos, subiendo montañas rusas con ellos, por si les daba por convertirse, así de paso, en obras maestras. Nada. Yo ya había reescrito más de un millón de versos execrables, pero... ¿y por qué no salvar alguno para el gran día?
Ya bastaba de jugar a ser poeta.

Aquellos versillos los tenía escritos desde el primer día. Estaban empezando a estropearse por la sal. Agonizaban en mi bolsillo. Esperaba poder dárselo aquella noche que nunca parecía llegar, hasta que... fin de la espera.
Ella me arrastró como un vendaval. No podría decir que pasó, pero allí estabamos solos.

-¡Qué te parece!-
- ¡Genial!- Exclamé yo dudando si era una pregunta lo que había querido decir.
- Se llama el ladrido del mar -.
- Me gusta -. Respondí sonriéndole.
- Una vez pasé por aquí y oí un ladrido tan fuerte que despertó al mar. Se fundieron ambos sonidos en uno solo -.
- Por favor, cállate y prueba mis labios salados -. Le dije en un arrebato de improvisación, preso de la ansiedad, intentando no dudar y mirando hacia la oscuridad invisible del fondo. Tenía mal puesta la máscara de Casanova.
- Tendrás que ladrarme un poco para que te conceda el ilustre honor de un beso mío -. Me respondió con una seriedad medio divertida, medio irónica.

Temblé un instante y deseé tener una respuesta a lo Bogart, pero no se me ocurrió nada. Lo del beso tenía que haber sido después del poema, pero sustituyendo éso, me puse a ladrar estúpidamente. Ella me sonrió. Esperaba una caracajada para aliviar, hasta ese momento, mis pésimas maneras de conquistador romántico.

- ¡Vámonos a otro sitio! ¡Corramos descalzos por la cala de la serpiente!
Cedí viendo que el segundo acto de mi heroísmo romántico tendría allí una nueva oportunidad. Nada de improvisación está vez, guión, guión, guión, me decía a mi mismo. Cuando me incorporé y empezamos a andar, me resbalé y caí de bruces mojándome totalmente. No había nada que hacer, se perdió el pobre poema que debería haber visto la luz esa noche de agosto, fresca y voluptuosa. Tendría que improvisar. Ella al menos no paró de reír durante unos minutos. Luego caminamos durante una hora.

- ¿Has visto que faro más horrible? - Dijo haciendo una mueca de asco. Sus dientes eran blanquísimos.
- Pero sirven para salvar vidas -. Repliqué.
- Eso creen todos, pero lo único que busca es espiar el alma de los que aman el mar.
He de irme. La luz del faro está demasiado cerca. Me hace daño. -

Se marchó como un fantasma, o quizás nunca estuvo allí. Parpadeé. Estaba solo. La sal como testigo de cargo, el faro en el banquillo de los acusados, el mar: juez y parte. Y yo, acariciando una huella que en la arena alguien había dejado como un surco imborrable.

martes, 4 de mayo de 2010

Cambio de estación

-5º
Entre tu piel y mi peso
inventaba rendijas
para fundir icebergs de nostalgias.


Se confunde en el viento el reloj:
esa tormenta, la que precipita
el peso del tiempo.

15º
Tenías de aliada a las estaciones.
Yo, rota brújula de sur,
retenía tu rosa sin vientos.

35º
Llegaste el último día para despedirte.
La lluvia se había secado
en el último aliento de tus caderas.

Era
todo un océano
pendiente de tus sirenas.

viernes, 2 de abril de 2010

Ameliè perdida en un parque, escribe un anuncio por palabras

Maga con piercings y rastas,
busca libélula sin alas
(para que no tengas escapatoria).

Promete cronopios,
tallarines y gramola.

Abstenerse insectos con corbata.
Prohibido los bostezos,
a no ser que los árboles
sean los que sueñen.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Sinfonía inacabada

Las sábanas sabían a caramelo y ruinas.
Saboreándote como a un Werther's Original,
escuché por penúltima vez gemir a Chopin bajo las aguas.
Para qué seguir leyendo más
si tú eres toda la literatura.

Viajemos a la nada
bajo un cielo hosco
y unos árboles sin vida.
Disfrutemos de nuestras últimas horas juntos,
Es muss sein!
Que el cauce de las tormentas
sólo nos durará unos cuantos, pocos, siglos.
Paremos el tiempo. Que se pliegue
ante nosotros, pues somos solo uno:
el mundo y su latido.

Lo demás no importa,
el agua, los poemas,
la brisa mortal en los ojos de Friedrich.
Porque ayer devoré las cenizas,
mi amor inmortal,
hace ya un millón de piedras.
Y no lloraré esta vez.

Que lo haga Wagner,
ahorcado de un abismo gótico,
que se muera de un ataque de nostalgias Goethe,
que yo ya tengo toda mi literatura
y si es necesario
suicidaré todas mis óperas,
mientras doy jaque mate
a la tristeza, al fin,
quizás.

viernes, 5 de febrero de 2010

Starbucks Fellini



Desde sus amplias cristaleras veía la dolce vita pasar. "Los sonidos del mundo -solía decir ella- se oyen mejor desde aquí, aislados por este grueso y alegre cristal que nos convierte en eternos espectadores, de este espectáculo sonoro, inodoro y voluble".

Como las gafas oscuras de Marcello Mastroiani, quedaba exiliada del mundo, tras las amplias cristaleras que mostraban el incierto mundo. Allí rodeada, sola, muda, expectante, pensaba: "Sería mejor arder y ser libres".

lunes, 18 de enero de 2010

Kundera´s blues

Adoraba hacer el amor con la luz encendida.

Quizás se conocieron en la terraza de algún bar. La luz era imponente, la brisa mortal y la gente rodeándolos no existían. Fue una breve mirada, necesaria para mostrar a ambos. Duró una milésima, un parpadeo. Luego existió la noche.

Adoraba hacer el amor con la luz encendida, le había dicho. Porque la luz los cegaría, arderían como el sexo penetrándolos. En la mesilla de luz de ella, estaba La insoportable levedad del ser a la mitad. La otra mitad, elevar su leve peso, la completaría yo, esa misma noche.

Afuera no hacia viento ni frío ni lluvia, se respiraba quietud, como si la tormenta estuviera cociéndose entre la distancia mínima de seguridad de dos cuerpos que estaban a punto de ensamblarse. No había alcohol, no había humo, no había dolor.
Había dos cuerpos, Temptation de Waits sonando, una luz vertebradora y deseo.

Nos fuimos quitando la piel, debajo de ella no había nada más que sexo. Su cara se tornó en una máscara que se retuerce grotesca, sus ojos antes azules, eran ahora amarillos ardientes como la luz que nos mataba, que nos amaba; su vientre se hinchaba una y otra vez, como una montaña que se eleva y desaparece, eleva y desaparece. Sus manos, a las que yo había aprisionado, intentaban escaparse inútilmente de su cautiverio y sus caderas y piernas, buscaban el orden del equilibrio, dibujado en mitad de la sombra en el espacio trazado de una danza mortecina.

Sus gemidos eran de animal herido, dijo algo en francés, su pelo rubio se confundió en mi espalda, subió a la última nube de la montaña rusa, sus ojos explotaron y luego el vacío.

Adoraba hacer el amor con la luz encendida para saber que existía en la noche, porque era su estado habitual. Ahora sí había dolor. Aparecieron de repente las lágrimas antes insólitas, el bourbon y el humo asfixiante de la nada.

Me fui sin desnudarme. Vestido sin romanticismos. Ella jamás dijo nada. Waits y Kundera ardieron sin remedio aquella noche… una vez más. Duró una milésima, un parpadeo. Luego en mitad de su amada luz… existió la noche.