jueves, 25 de agosto de 2011

Bergman jugando al ajedrez con la muerte, no cesa de interrogar a la vida: El séptimo sello.



Si Kubrick es Dios, Ingmar Bergman es su profeta… o al revés. ¿Pero qué importa el orden de los factores si no se altera el producto final?

Decía uno de sus actores fetiches, Max Von Sydow, que no conocía a nadie que supiera más sobre el ser humano que Bergman. Y es cierto. ¿Qué pasaría si un profeta o dios del cine hablara sobre el dios terrenal y divino, un dios que es sordomudo y nunca responde a las preguntas esenciales? Bergman lo sabe y todo lo interroga pero no conoce respuestas fáciles ni previsibles. En ello está su revelación.



Un nuevo dios era Bergman en 1957, tras encumbrarse con ésta primera gran obra maestra de su carrera. Pero… ¿por qué es una obra maestra? ¿Qué diferencia El séptimo sello, de una obra genial o una película muy buena? ¿Y por qué tantas preguntas? Porque todos somos un poco, al menos en algún momento, Antonius Block. Podemos haber sido cruzados de la verdad, que buscamos respuestas más allá de la vida y de la muerte en una singladura de imperfecciones.



Block y su escudero Juan (¿sin miedo? ¿Por qué ha sobrevivido - vivir por encima de -y le ha visto la cara a la muerte, dejándole su huella indeleble?) se adentran en el corazón del mundo, infectado de negrura bubónica, atemorizados por la Gran Epidemia de Europa, buscando luz y dejando tras de sí un camino de redención y justicia en busca de la épica y también picaresca de la vida. Como Don Quijote y Sancho.

He llorado, he reído y he reflexionado con esta obra alegórica, grande entre las grandes, aunque esté condenada al ostracismo por su intelectualidad filosófica, que nunca cae en la pedantería ni en la pretenciosidad. No es efectista ni virtuosa por carecer de grandes estrellas de la Meca que intenten plasmar su talento a precio desorbitado y venderlo a la mass media, no pretende crear una corriente conceptual y escatológica, más allá de la ya existente, no pretende ser nada y a la vez todo (o al menos algo), pues se habla que somos meros jugadores que pretenden tablas con la muerte en ese juego-arte de trebejos.
¿Bergman y la falsa modestia? Posiblemente la respuesta es que Bergman es un perfeccionista sin alardes de cara a la galería.

Obra magna de guión perfectamente trabajado, de laboriosidad teatral en cuanto a la sensibilidad y manufactura de un producto de imaginación artesanal, de un titiritero que mueve a su genial antojo a los comediantes.

Obra perfecta de trabajo de actor e historia sin estridencias, de cadencia de mar quedo, como el mar Báltico o el mar Muerto.

Obra maestra por contener un mundo encerrado en sus planos que se pregunta cómo ha de ser lo que no conocemos, qué tenemos que hacer para creer, dónde se halla esa verdad siempre a oscuras, y muchas preguntas que son patrimonio de la libertad del ser humano que juega con su curiosidad, que lo diferencia, que lo convierte en un ser vivo y único.



Pero creo que no se le hace justicia al director nórdico. No he visto aún la lista de cine en la que esté El séptimo sello en lo más alto. Creo que se tiende a olvidar las películas que no son top ten o que no hablan desde el producto comercial y está sólo pretende narrar, crear, imaginar, degustar, liberar, embellecer, oscurecer e iluminar.

¿Se responde así a la última o penúltima gran pregunta cuando uno termina de ver la película?
Opus magnum.

Aunque las respuestas de Antonius Block, de profesión interrogador perpetuo, sean otras y creen un bucle infinito: alea iacta est. ¿Consumatum est?