miércoles, 30 de septiembre de 2009

No alarms, no surprises

Vagaba en desgracia el payaso con una mueca sin comedias.

Aquella noche de intenso septiembre, el blancuzco maquillaje de la cara habría ido desapareciendo sin misterios bajo las sombras de sus ojos, entre notas fúnebres de un violín que martilleara su cabeza como un trémolo maldito.
Maldita sería la noche. Sin artificios, sin aplausos, sin risas que recordar. Había oído que si conseguía la risa de un niño, se convertiría en el payaso del mundo, ese hueco lugar agujereado donde se escapaban esquivas las sonrisas.

Hambre era lo que le obligaba. Como un autómata cada noche disfrazaba su tragedia, maquillaba su ancestral dolor, mudaba su piel tosca de espinas por alas suaves de mariposa y metamorfoseaba su coraza gris en corazón irisado. Pero cuando llegaba el final de la comedia el cómico regresaba a su cueva, ya en madrugada. Se encontraba consigo mismo, despojado, frente a un espejo invisible en su dormitorio, su cama se agigantaba y llegaba la mañana en desvelada tortura. Soñaba sin sueño, sin nariz cómica, como luz inquieta que maltrata la oscuridad de un laberinto.

Hasta que llegó la revelación; en una de sus fantasías nocturnas moriría triunfante en su última actuación. Por todo lo alto se marcharía sin que nadie se diera cuenta que se atravesaba el corazón irisado con el arco del violín y se desangraba por dentro, cayendo al suelo con su última risa pegada a su faz. Todos creerían que moría de mentira, que de nuevo el payaso lo había conseguido. Nadie comprendería jamás ya la verdadera tragedia del bufón. No quería redención, sólo cumplida vendetta.

El mundo era un mercado de valores en alza interesado por la necesidad de la mentira y que un bufón vendiera risas y no dejara nunca de mentir. A nadie le interesaba un payaso desangrado de dolor en sus noches de agonía, tan sólo que al día siguiente estuviera indemne para volver a impresionar al mundo con más estupideces.
Pero esa misma noche el comediante se vengaría del mundo.

Aquella noche de frío septembrino llegó y el payaso sin risas estaba acabado.
Ni alarmas ni sorpresas ya le quedaban: nadie apareció a la flamante última actuación de su carrera tragicómica. Y mientras se preguntaba si había ocurrido de verdad o si solo era una fantasía más de sus madrugadas, oyó un violín martilleando su cabeza, como un trémolo maldito.

Vagaría desgraciado para siempre el cómico sin muecas que lo salvara de su comedia, y mientras, no dejarían de sonar los aplausos de un público entregado y desquiciado por la risa más apagada del mundo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El ombligo de tu vientre

Oriente
cabe en la occidental
cumbre de tu ombligo.
El sol sale desde una habitación pequeña,
tras tu espalda,
como un mar rojo sin nombre.

Vaivén de fuego y vientre.
Dánzame maldita
tu desconocida locura,
que aún quedan por amar
aves en tus manos,
sobre tu vertical insinuación.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Darse prisa, darse prisa... asesinemos al viejo cánon literario

Yo no busco un gran número de lectores, sino un cierto número de relectores.

Ética confesional del viajante

Caminante sí hay caminos.
Demasiados.

Huyo
porque tus maletas
se me hicieron
grandes y vacías.

martes, 1 de septiembre de 2009

1 de septiembre

No te echaré de menos en septiembre.