Amélie Poulain se mira al espejo. Es difícil aceptarlo, pero envejece.
Toda ella se muda, se troncha como una vulgar rosa o una canción insólita que se pierde al llegar una nueva estación. Las últimas lluvias despedazan de realidad el juego que una vez inventó, y la crecida de un Sena despiadado arrastra su imaginación hacia un fondo desconocido... y llora.
Sus manos se han transformado ya en piedras. Su pelo es alga de los mares que acarició en los desdibujados corazones de los hombres y que finalmente abrazaron la vulgaridad, celebrando su fracaso. Es consciente de su mortalidad y... duda.
Sin embargo toda ella sigue siendo hermosa como una diosa melodía que sale de no se sabe donde. Y sigue respirando. Cree que debe todavía amar para poder salvarse.
Ya no mira ningún espejo Amélie.
*El descubrimiento de esta canción se la debo a mi buen amigo Jesús.
Para ser oída en tiempos donde la lluvia no hiera de nostalgias y sí de esperanzas que huelen a recuerdos.