domingo, 1 de febrero de 2009

Confesionario por horas

Necesito, ¡oh musas !,
ese verso genial
que me saque de la miseria,
no hablo de premios,
no hablo de fama.
La poesía es un juego
de pétalos de lluvia,
de abrigo de soledades,
definir tu tacto.
Necesito ,¡oh musas !
ese verso genial,
creer en algo,
beber del mar,
confesar que he vivido.

Confidencias de un mueble-bar

Vista del amanecer en el laberinto. Decían que si tienes una biblioteca con jardín, lo tienes todo, pero Borges sigue arrancándose sus cuencas para poder ver el atlántico sur, hasta que se decide y recita una receta de cocina de la Pantoja como un mantra porteño. Entonces, el libro despierta en un ataúd llamado olvido o polvo.
María pasa la mopa por el Aleph sin ser descubierto su secreto. Mientras, suena en la tele el Diario de Patricia y en la lejanía de una habitación inexplorada el Ave María… de Bisbal.

Strawberry fields o Lennon contándonos para siempre un increíble viaje al final de la nada.


Me ha llevado años tener esta revelación, pero finalmente he descubierto que Élla (sí ¿por qué no? y con mayúsculas) es la mejor canción de la historia de la música contemporánea. Es decir, la que en estos momentos más me gusta a mí, una vez legitimada mi condición de representante (otro más) de esa brillante contemporaneidad nuestra.
¿Y por qué? ¿Y por qué no?

Pero sobre todo porque es una pequeña historia psicodélica, amable y familiar, un episodio ensoñado, conocido y confortable, y que a su vez, recuerda un relato corto de aventuras que acaba de forma siniestramente evocadora y te deja con el sabor ambiguo de un cuento de Poe, los aleteos de su cuervo. Paladeas su regusto británico de pipa Conandoyleniana adusta, te arrastra por sus frondosos bosques de fresa bucólica, que a ratos es la selva mágica de Kipling y que concluye al final de la estación ferroviaria del imposible. Todo eso es Strawberry, y también nada, porque la realidad en la canción de Lennon es siempre un juego paralelo a lo visible, a lo real.

Erase una vez un melotrón que con sus notas de un lejano país nos sumergía en el océano ignoto de lo irreal, nos invitaba a dejarnos llevar por las entrañas de los sueños, a pesar de que todo era malinterpretado en dicho reino, y aunque no importara demasiado. Dichos sueños allí sabían a trompetas, violines y melotrones, en suma, instrumentos de plástico humano, que competían todos por el premio de la naturaleza, junto al sonido arenoso de la tierra en su temblor, esto es, la batería de Ringo, y que nos arrastraba hacia el ojo del huracán, una tempestad mayor que el LSD. Allí podía revelarse el mayor de los secretos, o nunca descubrirnos la salida del laberinto, mientras sonaban cintas al revés como lluvia que vela por el destino del hombre. En medio de la niebla, o de la nada, una guitarra lejana, como la locomotora que azotaba al viento y nunca a la inversa, que se aproximaba y se alejaba, se aproximaba y se alejaba hasta que… ploppp. Sueñ… esto… cuento concluido.

He descubierto que Strawberry fields forever es la mejor canción de Los Beatles y sin mediar LSD, por lo que quizás no signifique nada, en ello radica su genialidad. Colorín colorado, las fresas se han acabado aunque siempre quede su sabor en nuestros oídos.



*Aquí les dejo la génesis de la más grande canción y observen la importancia de tener un productor/arreglista en tu vida:











Give peace a chance





Últimas noticias:
a Lennon le sale
una úlcera en el culo
de tanto pedir la paz.